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EL OFICIO DE SER TESTIGO: DEL CARTONERO BAEZ A NATALIA FERNANDEZ

Natalia Fernández estuvo en la casa de Alberto Nisman mientras los peritos levantaban pruebas. El martes apareció en la tapa de Clarín y dijo que hubo cincuenta personas en el departamento, que comieron medialunas pero querían vino, que la fiscal le mostró una bolsa con cinco vainas, que ella usó el baño y el portero la cafetera del fiscal muerto y que hubo un francotirador en el edificio vecino. Dos días después, Natalia declaró ante la fiscal del caso, Viviana Fein. Lo que trascendió es que no ratificó muchos de los detalles que, de ser ciertos, hubiesen provocado un giro dramático en la causa.

Su irrupción mediática se enmarca en una larga tradición de testigos en casos que conmocionan la agenda pública. Del cartonero Báez a Samantha Farjat y Natalia De Negri, pasando por remisero del cuádruple crimen de La Plata o el hombre que acusó a Los Horneros en el asesinato de Cabezas. Gente que estuvo allí o no, que vio algo o no, pero que al sumergirse en el mundo de los flashes y los estudios de televisión construye un relato donde la realidad se mezcla con otras cosas. A veces con sus propias fantasías o necesidad de permanecer en el aire. A veces, con intereses mucho más oscuros.

Ser testigo en principio no tiene beneficios. Pero cuando el caso llega a la tapa de los diarios o a la pantalla de televisión, algunos terminan encerrados en un circo periodístico que los obliga (o les paga para)  confundir realidad y ficción. “Judicializarse tiene su costo: no podés vivir de ser sólo un testigo, podés transformarte en alguien mediático y vivir a expensas de eso”, dijo a Cosecha Roja el sociólogo Pablo Alabarces.

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En octubre de 1996 la policía allanó el departamento de Guillermo Coppola, el manager de Diego Maradona, y encontró casi medio kilo de cocaína en un jarrón. Samantha Farjat y Natalia Denegri fueron dos de las testigos del caso y se convirtieron en los personajes del momento: desfilaron en el living de Mauro Viale, visitaron a Chiche Gelblung, almorzaron con Mirtha Legrand y merendaron con Jorge Rial. “En ese momento los programas de televisión pagaban. Chiche llegó a pagar más de 5 mil pesos, era el más generoso. Mauro también te regalaba electrodomésticos”, contó Farjat en una entrevista reciente.

El escenario judicial del caso Coppola se trasladó a la televisión: las dos jóvenes se pelearon en cámara, contaron cuántos tipos de drogas habían probado, se pasearon en top, mini y tacos, se tiraron del pelo, se dieron picos. El escándalo duró bastante: para verlas, había que esperar a los programas de la tarde. La estela de la fama que Samanta y Natalia construyeron en aquellos días les duró casi una década. Era otra época, sin redes sociales y sin un sistema de medios tan voraz, que quizás solo le hubiese regalado unos pocos días en la pantalla.

En agosto de 1999 Samantha declaró cómo le plantaron las pruebas al Conejo Tarantini bajo presión de la policía y de la justicia de Dolores. “Creo que los personajes del caso Coppola fueron los primeros en ser catalogados comos ‘mediáticos’ porque su derrotero posterior fue en la televisión”, dijo Alabarces.

“Los medios son espacios regidos por las leyes del mercado. Cada uno invierte los capitales que tiene y trata de aprovechar las reglas. Puede ser una oportunidad para transformarse en un figura mediática, dure lo que dure”, dijo Alabarces. “Y el que no tiene demasiados recursos para interpretar el mundo, para darle un sentido, construye conspiraciones como las del francotirador”, agregó.

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La madrugada del 14 de febrero de 1988 Mar del Plata fue escenario de un crimen: el boxeador Carlos Monzón mató y tiró por el balcón a la esposa, Alicia Muñiz. El cartonero Rafael Báez irrumpió en el caso dos semanas después. “¿Por qué no se presentó antes? Dijo que se alejó espantado del lugar pero que las imágenes ‘le seguían dando vueltas en la cabeza como una película’”, contó a Cosecha Roja el periodista Gustavo Visciarelli.

“Yo escribía noticias policiales en el diario El Atlántico. Cuando nos llegó la versión de que había declarado como testigo, salimos a buscarlo”, dijo. En esa entrevista Visciarelli escuchó el primer relato: “contó que Monzón golpeó a la mujer, la ‘levantó del cogote’ como un gato, se la cargó al hombro como ‘una bolsa de papas’ y la tiró por el balcón. Después se sacó el pijama, se puso un short y se arrojó al vacío”.

Al día siguiente apareció en la tapa del diario una inmensa foto que lo mostraba lloroso y con las manos en posición de estrangulamiento. El título decía “Yo vi como Monzón mató a la mujer”. Con la atención periodística que recibió el hombre descubrió algunos beneficios de ser un personaje mediático: por ejemplo, mudarse de su casilla de chapa a una modesta casa de material.  En el camino escribió un libro: Yo derroté a Monzón. La firma del autor dice “El Cartonero Baez”. En Mercado libre se vende como reliquia: 240 el ejemplar.

El testimonio de Báez no fue tenido en cuenta en el procesamiento de Monzón. Pero muchos ya le habían creído. El boxeador fue condenado por homicidio simple y Báez terminó procesado por falso testimonio. La última vez que el periodista lo vio, le preguntó por la causa en su contra:
– ¿A Monzón no lo condenaron por apretarle el cuello a su mujer y tirarla por el balcón?
– Sí, Báez, lo condenaron por eso.
– ¿Y yo que dije?

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Marcelo Cattáneo, un empresario imputado en el caso IBM-Banco Nación, apareció muerto una construcción detrás de la Ciudad Universitaria en octubre de 1998. Un mes después un testigo llamado Pedro Rodríguez, que vivía en la “Aldea Gay”, contó que vio a Cattáneo antes de que se ahorcara. “Me dijo que lo iban a matar”, tituló Página 12.

Pedro encontró la ropa del empresario – un pantalón oscuro, una camisa sucia y un saco – en un tacho de basura mientras juntaba latas. La entregó y declaró ante la justicia. Después contó en los medios lo que vio. Cattáneo se le acercó, lo saludó y conversaron durante más de 40 minutos. El empresario le dijo su hermano era su “peor enemigo”, que lo estaban siguiendo dos hombres y que lo iban a matar. “Cambiaba de posición de pierna como si estuviera nervioso. Después, mirando las revista, me dí cuenta quién era”, dijo.

“La declaración era un disparate y nadie lo chequeó. Trabajamos en la desesperación por cubrir un tema y se mete cualquiera por la ventana. Es cuestión de horas, si no lo publica tu medio, lo publica otro”, dijo a Cosecha Roja un periodista que siguió el caso. El testigo consiguió que le pagaran un pasaje de regreso a su Uruguay natal con la excusa de que tenía miedo y estaba amenazado.

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Marcelo Tagliaferro apareció dos días después del cuádruple crimen de La Plata. Dijo que vio la foto del karateca en el diario y lo reconoció: había llevado a Marisol Pereyra hasta la casa del supuesto asesinato el 26 de noviembre de 2011. Según su versión, Martínez le abrió la puerta, le pagó y le dijo “podés irte, flaco andate”. Después se enteró del caso.

El periodista Javier Sinay lo entrevistó varias veces. “Es muy convincente lo que dice, no tiene baches”, contó a Cosecha Roja. La última vez que lo vio fue después de la inundación del 2 de abril de 2013. Tagliaferro había perdido todo. “Fui a la casa que alquilaba, tenía la marca de agua de un metro y medio. Nadie lo ayudaba ni le daba trabajo. La mitad de la gente lo felicitaba por la calle y la otra mitad no quería viajar con él en el remise o en el taxi”, contó. Terminó procesado por falso testimonio.

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José Luis Cabezas apareció muerto en un auto el 25 de enero de 1997, cerca de Pinamar. El cuerpo del fotógrafo de la revista Noticias estaba carbonizado, esposado y con dos tiros en la nuca. Cuando todo apuntaba a la policía Bonaerense y al gobierno provincial, apareció en escena Carlos Redruello, un testigo utilizado para desviar la investigación. “Era un viejo informate de la Bonaerense que dijo que Cabezas había extorsionado a Yabrán e involucró a Pepita la pistolera. Después de un tiempo terminó detenido y procesado por falso testimonio”, dijo el periodista Ricardo Ragendorfer a Cosecha Roja.

Existen, para Ragendorfer, otros dos tipos de testigos: “Los falsos ocasionales, con rasgos mitómanos o que buscan fama y los otros que son buchones de la policía”. Hay testigos, agrega el periodista Carlos Rodriguez, “que tienen una relación muy profunda con la policía o con los abogados: van a declarar o van presos”. Como en el crimen de Candela Rodríguez, en el que el testigo clave era un informante de la policía Bonaerense. O en la masacre de Pompeya, donde un testigo contó cómo Fernando Carrera disparaba. Después se comprobó que era un vecino que aportaba dinero a la comisaría que intervino.

En estos casos, los testigos no buscan el brillo de los flashes y los estudios de televisión. Permanecen, por su propia naturaleza, agazapados en la oscuridad.

fuente: Cosecha Roja