¿Cuántas veces mira a un lado y a otro de la calle antes de abrir la reja que separa su casa del mundo? ¿Reemplazó el anillo que solía usar, o evita ir a lugares que frecuentaba?
Es muy probable que sus hábitos hayan cambiado en los últimos tiempos, haya o no sufrido o presenciado un hecho violento. Es que la sensación de inseguridad no necesita de las estadísticas delictivas para afectar el bienestar mental de la población, al provocarle ansiedad, aislamiento, fobia social, pánico y hasta delirio de persecución.
“La inseguridad conlleva desconfianza y defensa paranoides, es decir, la necesidad de vivir permanentemente en un estado de alerta que impide distenderse un minuto por la sensación de que algo atacará. Pero como eso es muy difícil de sobrellevar, la reacción inmediata es negarlo y decir que a uno no le va a pasar, ya que es imposible circular sin defensa en una situación general de riesgo”, dijo la doctora Lía Ricón, profesora de Salud Mental de la Universidad de Buenos Aires y de la Universidad Favaloro.
Inconscientemente, en el camino la población va dejando su felicidad, su capacidad creativa, su interacción social y su productividad. “Hay una especie de acostumbramiento y resignación: la realidad es así y tengo que vivirla de esa manera -agregó Ricón-. Lo más grave es que en el mediano y largo plazo aparecen los sentimientos de depresión y desgano.”
Condición necesaria
Un artículo de la Organización Mundial de la Salud confirma la importancia sanitaria de convivir con la tan denostada sensación de inseguridad. “La seguridad es una condición previa de la salud y la inseguridad es mala para ella -escribe el doctor Robin Coupland, consejero del Comité Internacional de la Cruz Roja-. Nuestra seguridad y la inseguridad de los demás son cuestiones que despiertan mucho interés porque están relacionadas con nuestro propio bienestar físico, mental y social.”
Para que la sensación de inseguridad aparezca, debe existir miedo de enfrentar un peligro imposible de prever y percibirse desprotegido ante delitos más violentos. “La ansiedad persistente genera una angustia que, no tratada, se puede convertir en angustia pánica, lo que amenaza con desintegrar al ‘yo’ que nos permite interactuar con los otros. El descreimiento en las instituciones, como la justicia, la educación o la salud pública, refuerzan esa sensación de inseguridad”, dijo el psicólogo Sergio Sáliche, director de la Red Asistencial de Buenos Aires (Redba).
Para quien sufre un ataque de pánico, no existe ningún lugar que le dé seguridad. “Sentirse desprotegido -dijo Sáliche- hace crecer la angustia a niveles insoportables, lo que gesta el presentimiento de que algo catastrófico va a suceder, pero que no se puede ubicar en tiempo ni en espacio.”
Para reducir ese estado de alerta permanente y recuperar algo de tranquilidad, Ricón recomienda tomar conciencia de la situación para no seguir perdiendo energía inútilmente: “Si está dentro de una casa o un ambiente protegido, hay que detener el estado de alerta, tratar de relajarse e intentar disfrutar del entorno”.
Fuente: Foro de Seguridad