El vandalismo es una conducta típicamente juvenil, que se da principalmente entre los 14 y los 17 años; y más que un delito, se suele considerar como una conducta antisocial. Junto con las peleas, son los delitos que se dan con mayor frecuencia entre los jóvenes. Se trata de actos que cursan con violencia ejercida contra bienes públicos y privados y tienen como objetivo producir un daño material. Representa una forma de desafecto a los bienes y a la comunidad que los representa. Se producen, normalmente, en grupo; aprovechando el anonimato que ofrece.
Los expertos señalan a la familia, la escuela, el grupo de amigos, el consumo de drogas y la comunidad como factores que pueden ejercer el control social necesario para evitar el vandalismo, entendiendo este control social como una fórmula para proteger a las personas de los comportamientos considerados como desviados socialmente. Pero, ¿qué significa exactamente?
Se puede poner como ejemplo la familia. La familia juega un papel relevante en el proceso de socialización de los jóvenes, influyendo en gran medida en su futuro comportamiento. Una supervisión deficiente, cambios en la estructura familiar, malos tratos y castigos físicos, disciplina férrea o alternada, malos ejemplos conductuales, falta de comunicación o carencias afectivas incrementan los riesgos de comportamientos antisociales por parte de los jóvenes.
En algunos casos el fracaso escolar o un temprano abandono actúa como un facilitador de la delincuencia.
El desarrollo de comportamientos que se ajusten a las normas o, por el contrario, sean antisociales viene influenciado por el grado de implicación e interacción con amigos que dediquen su tiempo a estudiar, practicar deporte o cometer actos vandálicos y consumir drogas.
No conviene ser alarmistas, porque durante la etapa adolescente muchas veces nos encontraremos con comportamientos retadores, incluso vandálicos (de poca gravedad), propios de la edad. La clave está en determinar el momento en que pueden encerrar algo más grave.
Por eso el mejor factor de protección está en la prevención desde edades tempranas. Comprender la importancia de actuar antes de que aparezca el problema es una forma de protegernos contra esta y otras conductas que deterioran la convivencia.
Aplicar medidas preventivas es más sencillo y económico que asumir el coste posterior. En este caso, la familia y la escuela deben ir de la mano, porque son los agentes más importantes y con mayor capacidad para influir en los menores. La escuela aporta un espacio donde se pueden desarrollar proyectos socioeducativos que se adapten a las asignaturas, trabajando de manera transversal temas como el vandalismo y buscando la implicación de las familias.
Desde los ayuntamientos también se puede plantear un compromiso a través de la intervención sociocomunitaria; generando espacios educativos en favor de una ciudadanía comprometida y responsable con su entorno social, medioambiental y urbanístico.
Queda mucho camino por recorrer porque nuestra sociedad está orientada a actuar cuando aparece el problema, viendo con dificultad lo necesario que es adelantarse para evitarlo.
Aún con dificultad, hay que apostar por la prevención del vandalismo educando el espíritu crítico, descubriendo el talento social y creando conciencia con centros educativos que quieren ir un poco más allá, que se atreven a explorar el potencial que tiene el aula.
Fuente: La Voz de Galicia