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Alcanzar la cima es resetearse

Juan Pablo Toro, miembro Vistage del G15, es el primer argentino en hacer cumbre en el Nanga Parbat en Pakistán. En esta nota nos comparte su experiencia como alpinista, y nos cuenta qué se siente haber escalado una de las montañas más altas y peligrosas de todo el mundo.

“Lo primero que me gustó del alpinismo es buscar montañas altas -recuerda Juan Pablo Toro (52), CEO de la empresa de seguridad SIE y miembro del G15 de Vistage Argentina-.  Cuando éramos chicos subíamos cerros con mi hermano Guillermo y amigos en Córdoba o Salta, donde vivíamos. En el año 2000 encaramos juntos el Volcán Lanín y nos fascinó la experiencia. En 2013 llegué a la cumbre del Aconcagua (6.965 metros), junto a mi guía y amigo Julián Insarralde. Y así fui haciendo mi camino, sumando desafíos: los volcanes de Catamarca, otras montañas en San Juan, viajes a Bolivia y Perú, donde las montañas tienen mucho hielo, son escarpadas, bien empinadas y requieren una escalada mucho más técnica, las agujas de granito del cerro Fitz Roy, el Denali en Alaska, el Mont Blanc en los Alpes… Fui adquiriendo todas las habilidades que hacen falta para escalar un ‘ocho mil’”.

Los ocho mil metros que refiere Juan Pablo son los del Nanga Parbat, la segunda montaña más alta de Pakistán (8.126 metros) y la novena del mundo, cuya cima alcanzó en julio, sin oxígeno suplementario. Así, la cumbre considerada por los especialistas como una de las más peligrosas del mundo se suma a la lista de más de cincuenta escaladas por este intrépido empresario.

¿Por qué elegiste Nanga Parbat como meta?

Me propuse hacer una montaña difícil, bien deportiva, y el Nanga Parbat es un emblema. Un par de argentinos lo habían intentado, pero nunca alcanzaron la cima. El que más lejos llegó, Mariano Galván –un referente del montañismo argentino– murió allí en 2017. Yo hice un primer intento en 2022, junto a Matías Erroz (Matoco). Él es un guía experimentado que escaló el Everest y otros picos de ocho mil metros, además de trabajar varias temporadas en el Himalaya. Llegamos hasta el último de los campamentos, ubicado a casi siete mil metros, pero no pudimos alcanzar la cumbre por las malas condiciones de la montaña en ese momento.

Volví a intentarlo este año, sin Matoco, que ya tenía otro compromiso en su agenda, pero junto a cuatro alpinistas italianos que conocí en la expedición anterior, también muy experimentados. Con ellos empecé a organizar todos los preparativos e incluí un modem satelital, provisto por Grupo Tesacom, que me permitió estar comunicado durante toda la expedición, consultar pronóstico, publicar en Instagram y estar en contacto con la familia por WhatsApp.

¿Habían planeado alguna estrategia en base a la experiencia anterior?

Sabíamos que el campamento al que habíamos llegado el año pasado distaba mil trescientos metros hasta la cumbre, es decir, entre 15 y 18 horas de ascenso. Eso es mucho, sobre todo a más de siete mil metros y sin oxígeno suplementario, como íbamos nosotros. Entonces pensamos en aprovechar un cuarto campamento que el año pasado estuvo en desuso. De esa manera, el trayecto final hasta la cumbre se acortó a setecientos metros.

¿Y cómo fue el día que llegaron a la cima?

Éramos un grupo de cinco personas y partimos desde el anteúltimo campamento con dos carpas. Llegamos al último campamento entre las cuatro y las cinco de la tarde, con veinte grados bajo cero y mucho viento. Resultó que no pudimos armar una de las dos carpas, la que era para dos personas. No era nuestra; nos la habían prestado en el otro campamento para no desarmar otra que teníamos. Y terminamos cinco personas en una carpa para tres.

Y no era simplemente que estábamos apretados. Tampoco podíamos meternos en la bolsa de dormir y no era seguro usar dos calentadores para derretir nieve e hidratarnos, dos aspectos fundamentales para asegurarnos el tramo final. Además, a la noche hizo mal tiempo y no pudimos salir a la hora que queríamos. Un desastre. Sin embargo, haber acampado en ese lugar nos permitió llegar a la cumbre y volver en un tiempo razonable de unas trece horas.

¿Qué te da el alpinismo?

Además del placer de vivir la montaña, para mí es como un reseteo muy fuerte. Primero, te alejás de todo. Pero, además, la actividad es tan intensa y extrema que te exige absoluta presencia y concentración en lo que estás haciendo. Es como ir perdiendo capas de tu vida: lo superficial empieza a desaparecer, las obligaciones, hasta tu trabajo…Y llega un momento en que te quedás con muy poquitas cosas, con tu familia, tu grupo de amigos más íntimo, tu relación con Dios, y te aferrás a eso.

Alcanzar la cima de una gran montaña suele ser una metáfora recurrente en el mundo de los negocios. ¿Cómo sentís que te ayuda formar parte de un grupo de Vistage para afrontar los retos de los dos escenarios: la montaña y los negocios?

Yo formo parte de un grupo de Vistage desde hace más de quince años. En mi caso, fue esencial para sentirme acompañado tener herramientas, ayudarme a hacer todo lo que tenía que hacer con la empresa que lidero, para hoy poder irme como me voy y que las cosas sigan funcionando. Otro soporte que me brindó Vistage tiene que ver con la calidad de vida. Buscar el equilibrio y siempre darle un lugar a los desafíos personales, como el alpinismo.

En tu trayectoria profesional hubo un momento especial, donde dejaste tu carrera en corporaciones multinacionales, como PwC o IBM, para hacerte cargo de la empresa familiar que hoy en día liderás. ¿Qué representó en tu carrera y en tu vida personal?

La apuesta fue tomar la empresa de mi viejo, que era de cincuenta empleados y potenciarla. Yo tenía una motivación: cuando hice la carrera de administración de empresas, una de las últimas materias requería una especie de tesis y tuve que hacer un laburo muy grande e integral, elegir un sector de la economía, una empresa y estudiarlos a fondo. Con lo cual, yo conocía la actividad, me había encariñado con la seguridad privada y sabía que podía generar buenas oportunidades.

¿Qué visión le aportaste a SIE con tu conducción?

Fundamentalmente, visión estratégica. Mirar el sector y decir “para diferenciarse, esto va para acá” y nunca me bajé de esta idea. Con el tiempo, las multinacionales fueron yendo para ese lado y por ahí hicieron que fuera más fácil traccionar el mercado hacia un servicio más profesional, un perfil más refinado, con procesos, con entregables, indicadores y valor agregado en la prestación. No fue de la noche a la mañana y tampoco fue fácil. Hoy tenemos casi mil empleados y estamos incluidos entre las diez empresas mejor posicionadas del mercado local.

¿Cuáles son las próximas metas a alcanzar en SIE?

Me gustaría alcanzar más exposición para que ser mejor reconocidos. Hoy por hoy SIE es un referente de mercado, si vos estás metido en el tema. Pero mi desafío es que sea más conocida, que se instale en el top of mind del mercado en general y no solamente en el radar del especialista, del administrador de consorcios o del ejecutivo de seguridad.

¿Y cuál es la próxima montaña?

Tengo un proyecto en curso que son las diez cumbres más altas de América, de las cuáles ya completé siete. Así que me faltan tres: el volcán Walter Penck (6.659 metros) en Catamarca, el volcán Llullaillaco (6.739 metros) en Salta y la tercera (que ya intenté dos veces) es el nevado Huascarán (6.768 metros) en Perú.